A pesar de la profunda degradación de nuestros instintos naturales, estos todavía están presentes en la mayoría de las personas, y serían nuestra guía si nos encontráramos nuevamente en el medio natural. Nuestros instintos también son lo que nos indicarían cual es nuestro alimento biologico.
Los alimentos aptos para nuestra especie, esos alimentos que nos permiten desarrollarnos a lo maximo de nuestras posibilidades, contienen todo lo que necesitamos para prosperar. En esta busqueda nos plantearemos la naturaleza de los varios tipos de alimentos que solemos consumir habitualmente y evaluaremos si son apropiados para nosotros, basandonos en su forma natural, previa a cualquier manipulación. Nuestros instintos buscan o rechazan cada alimento por su atractivo a nuestros paladar, vista, ofacto y tacto, estos son los únicos criterios que nos guian en la selección de nuestra comida.
Se parte de premisa que, como especie, hemos evolucionado durante 6 millones de años EN el medio natural, y que lo que era adecuado para nosotros entonces, sigue siendo adecuado para nosotros ahora. Estructuralmente y fisiológicamente somos los mismos que fuimos durante la mayor parte de nuestra evolucion como humanos, y en el contexto modernos tenemos la posibilidad de abastecernos de practicamente cualquier alimento natural. Entonces, porque no hacerlo?
Los alimentos aptos para nuestra especie, esos alimentos que nos permiten desarrollarnos a lo maximo de nuestras posibilidades, contienen todo lo que necesitamos para prosperar. En esta busqueda nos plantearemos la naturaleza de los varios tipos de alimentos que solemos consumir habitualmente y evaluaremos si son apropiados para nosotros, basandonos en su forma natural, previa a cualquier manipulación. Nuestros instintos buscan o rechazan cada alimento por su atractivo a nuestros paladar, vista, ofacto y tacto, estos son los únicos criterios que nos guian en la selección de nuestra comida.
Se parte de premisa que, como especie, hemos evolucionado durante 6 millones de años EN el medio natural, y que lo que era adecuado para nosotros entonces, sigue siendo adecuado para nosotros ahora. Estructuralmente y fisiológicamente somos los mismos que fuimos durante la mayor parte de nuestra evolucion como humanos, y en el contexto modernos tenemos la posibilidad de abastecernos de practicamente cualquier alimento natural. Entonces, porque no hacerlo?
Cual es nuestro alimento natural?
La leche de otro animal?
No hay muchas personas que toman su leche directamente de la vaca, cabras, yegua, camella, ovejas y demás animales productores. Agacharnos debajo de una vaca no es algo que la mayoria de nosotros pensaria hacer, por varias y obvias razones.
La práctica de beber leche animal como alimento habitual tiene muy corta edad, historicamente hablando. Antes de la llegada del motor de combustión y de las practicas agricolas intensivas, no era posible arar, sembrar y cosechar suficiente grano para que la mayoría de las familias pudieran alimentarse de ello y mantener además un animal que diera leche. Consideremos que las vacas, como cualquier mamifero, solo producen leche para alimentar a su bebé. Antes de que existieran las prácticas de inseminación artificial que garantizan los embarazos, los terneros eran considerados un capital importante, y la leche se reservaba para que ellos crecieran. Solo pocas personas podian permitirse tomar leche con frecuencia, ordeñando lo poco que permitía la cría de los terneros.
Algunos pueblos árabes y africanos llevan tomando leche animal desde hace milenios, aunque en cantidades limitadas dado que se ven obligados a hacer frente a las mismas problemáticas que con las vacas. También hay que considerar que los animales que suelen formabar sus rebaños son cabras, seres de un tamaño mucho más reducido que una vaca y por consecuencia con una producción de leche mucho menor. Algunos pueblos, como los Masai, viven sustancialmente de leche y sangre. Esas tribus se alimentan de esa forma principalmente por falta de otros alimentos fácilmente obtenibles, y suelen tener una esperanza de vida reducida.
Ningún otro animal en la naturaleza bebe la leche de otra especie. No hace falta explicarles que la leche materna de cada especie es un alimento perfecto que proporciona los nutrientes necesarios para el rápido crecimiento de SU prole, en la mezcla y proporción exacta para los requerimientos de cuerpos en desarrollo de cada especie en particular. La leche de vaca es perfecta para un ternero que doblará de tamaño en el plazo de pocas semana. Para nuestra especie, es tan apta como alimento como lo podría ser la leche de cerdo, de rata, de jirafa o viceversa.
Beber leche es patogénico. Si se dejara de consumir productos lácteos hoy, millones de personas dejarían de sufrir enfermedades y patologías en un muy breve plazo de tiempo.
Los humanos somos mamíferos y por supuesto necesitamos tomar leche después de nuestro nacimiento.—Esta necesidad permanece sólo durante los dos primeros años de vida aproximadamente, y por supuesto se trata de la necesidad exclusivamente de la leche de nuestra propia madre o, en su falta, la de una madre de nuestra misma especie. Nos haríamos un favor enórme si aplicáramos nuestro sentido común y dejáramos de consumir lácteos después de la edad del destete, como lo hace cualquier otro mamífero de la Tierra.
Los fermentados?
Los productos fermen-tados están ampliamente presentes en la dieta convencional.
Son derivados de la leche (yogur y queso), cereales (alcoholes), frutas (vinos y vinagres), legumbres (es-pecialmente de soya), y demás productos ani-males (carne y pescado).
El proceso de fermentación pasa inevitablemente por la descomposición, por parte de hongos y bacteria, de los hidratos contenidos en el alimento que se quiera fermentar.
Dicho proceso de fermentación genera productos de desecho tales como alcohol, ácido acético (vinagre), ácido láctico, así como metano y dióxido de carbono. Si bien jamás se nos ocurriría comer unas uvas o unos cereales cubiertos de hongos, no tenemos ningún inconveniente en tomar el producto final de la fermentación (vino, cerveza, licores, etc).
Las proteínas se putrifican durante su descomposición. Se encargan de este proceso bacteria (aeróbica y anaeróbica) y hongos (levaduras), durante el cual se generan productos de desecho como ptomaínas (cadaverina, muscarina, neurina, ptomatropina, putresceína, etc), indoles, leucomainas, escatoles, mercaptanos, amoniaco, metano, sulfuro de hidrógeno y otros compuestos tóxicos.
Las grasas se vuelven rancias cuando se oxidan y se descomponen. A pesar de ello, así como no consideramos extraño tomar el producto final de la fermentación de frutas y vegetales, tampoco lo pensamos dos veces cuando nos llevamos a la boca un producto que jamás se dio naturalmente, y que se debe a la putrefacción patogénica de la leche de un mamíferos de otra especie: el queso. La leche se transforma en queso a través del proceso de putrefacción de la caseína, el azucar de la leche, gracias a la labor de bacterias que dejan desechos y sub-productos tóxicos, cuyos sabores hemos aprendido a apreciar a través de nuestras costumbres culturales. La realidad es que en el queso se encuentran todos los productos de descomposición en un solo paquete: proteínas putrefactas, carbohidratos fermentados y grasas rancias.
Los productos fermentados nos causan enfermedad, malestares y debilidad, tumores y cáncer son frecuentemente el resultado de su ingesta, en especial de los productos lácteos.
Los humanos no consumirían estos tipos de productos descompuestos en la naturaleza, por ello podemos determinar que definitivamente no se incluyen entre los alimentos que buscaríamos primordialmente para nuestro sustento.
Los productos fermen-tados están ampliamente presentes en la dieta convencional.
Son derivados de la leche (yogur y queso), cereales (alcoholes), frutas (vinos y vinagres), legumbres (es-pecialmente de soya), y demás productos ani-males (carne y pescado).
El proceso de fermentación pasa inevitablemente por la descomposición, por parte de hongos y bacteria, de los hidratos contenidos en el alimento que se quiera fermentar.
Dicho proceso de fermentación genera productos de desecho tales como alcohol, ácido acético (vinagre), ácido láctico, así como metano y dióxido de carbono. Si bien jamás se nos ocurriría comer unas uvas o unos cereales cubiertos de hongos, no tenemos ningún inconveniente en tomar el producto final de la fermentación (vino, cerveza, licores, etc).
Las proteínas se putrifican durante su descomposición. Se encargan de este proceso bacteria (aeróbica y anaeróbica) y hongos (levaduras), durante el cual se generan productos de desecho como ptomaínas (cadaverina, muscarina, neurina, ptomatropina, putresceína, etc), indoles, leucomainas, escatoles, mercaptanos, amoniaco, metano, sulfuro de hidrógeno y otros compuestos tóxicos.
Las grasas se vuelven rancias cuando se oxidan y se descomponen. A pesar de ello, así como no consideramos extraño tomar el producto final de la fermentación de frutas y vegetales, tampoco lo pensamos dos veces cuando nos llevamos a la boca un producto que jamás se dio naturalmente, y que se debe a la putrefacción patogénica de la leche de un mamíferos de otra especie: el queso. La leche se transforma en queso a través del proceso de putrefacción de la caseína, el azucar de la leche, gracias a la labor de bacterias que dejan desechos y sub-productos tóxicos, cuyos sabores hemos aprendido a apreciar a través de nuestras costumbres culturales. La realidad es que en el queso se encuentran todos los productos de descomposición en un solo paquete: proteínas putrefactas, carbohidratos fermentados y grasas rancias.
Los productos fermentados nos causan enfermedad, malestares y debilidad, tumores y cáncer son frecuentemente el resultado de su ingesta, en especial de los productos lácteos.
Los humanos no consumirían estos tipos de productos descompuestos en la naturaleza, por ello podemos determinar que definitivamente no se incluyen entre los alimentos que buscaríamos primordialmente para nuestro sustento.
Los almidones?
Los almidones pueden ser divididos en tres categorías: cereales, legumbres y raíces/tubérculos.
• Cereales
Las criaturas que consumen cereales y demás semillas de forma natural son llamadas “granívoras.” Muchas aves en la naturaleza viven de las semillas que encuentran en los pastos y que pertenecen a la familia de las Gramináceas, la misma familia a la que pertenecen la mayor parte de los cereales. Entre las miles de semillas que existen en la naturaleza se encuentra el trigo, el arroz, la avena, el centeno y la cebada,—especies que los seres humanos empezaron a cultivar hace sólo 10.000 años.
Por supuesto, en su estado natural nos solemo considerar las semillas como un alimento. Tienen una consistencia muy dura que nos rinde muy dificil su masticación, y no tenemos la capacidad de digerirlas. Las aves granívoras poseen un “buche”, un saco en sus gargantas en el que los granos que tragan enteros pueden germinar, volviéndose de esta forma digeribles. Los granos, indigeribles en crudo, también requieren un esfuerzo digestivo notable después de la cocción, para reducir los carbohidratos complejos en simples.
Asumiendo que pudiéramos recolectarlos, y recordando que en su estado natural los cereales tendrían intactas sus duras cascarillas protectivas originales, nos sería imposible comer ni si quieras un puñado de esas semillas en crudo. Simplemente nos atragantaríamos. Lo mismo pasaría si quisiéramos comer una cucharada de harina cruda de cualquier cereal.
Así pues, a pesar de que la mayoría de la humanidad hoy en día consuma cereales en grandes cantidades, es muy facil entender que no se trata de un alimento natural para nuestra especie. El hecho que esas semillas no nos hagan salivar cuando las veamos en su estado natural crudo, nos demuestra ampliamente que no somos ni nunca hemos sido granívoros. Puede que nos hayamos acostumbrado a su sabor, por supuesto añadiendo sazonadores y pasándolos por el fuego, aunque la realidad de estos alimentos ricos en carbohidratos complejos es que necesitamos mucha energia para digerirlos y asimilarlos, y que a la larga nos provocan serios desequilibrios para nuestra salud.
• Legumbres
Muy pocas criaturas, a excepción de animales como el cerdo y las aves granívoras, consumen legumbres en su estado natural, debido a su indigeribilidad o incluso a su toxicidad. Las legumbres maduras crudas definitivamente no son algo que nos llevaríamos a la boca con gusto, es más, no tenemos la capacidad para masticarlas ni digerirlas correctamente. Muchos animales consumen legumbres tiernas, de hecho algunos consumen las plantas de legumbre enteras, antes de que tengan la oportunidad de florecer. Aunque las legumbres tiernas sean comestibles y no presenten la toxicidad de algunas legumbres maduras, deberíamos cuestionarnos su valor nutricional para nuestra especie.
Las legumbres se conocen por ser excelentes fuentes de proteína. Elevados niveles de ese nutriente no son necesariamente algo positivo, especialmente para los humanos. Nuestra especie parece prosperar con una dieta compuesta por alimentos que contienen menos de un 10% de calorías proveniente de las proteína. Además, las legumbres también contienen elevados porcentajes de carbohidratos que, en combinación con la proteína, los convierten en un alimento difícil de digerir. Invariablemente, cuando se consumen legumbres, se suelen padecer gases, un indicativo de que los procesos digestivos han sido comprometidos. La falta de vitamina C, un nutriente esencial para los humanos, también hace de las legumbres una muy pobre elección alimenticia.
Desde el punto de vista de sabor, nutrición, digestión y toxicidad, las legumbres no son una opción alimentaria natural para los humanos.
• Raíces y tubérculos
Los animales que escarban y desentierran raíces y tubérculos están anatómicamente diseñados para esa tarea: tienen fuertes colmillos y garras que cumplen esta función. Nosotros los humanos, sin herramientas somos excavadores totalmente ineficaces. Además nos falta motivación, pues bajo tierra no hay alimentos que en su estado natural agraden a nuestro paladar. Existen muy pocos alimentos que crecen debajo tierra que nuestros sistema digestivo pueda digerir y absorber facilmente. Los humanos generalmente rechazan comer cualquier alimento cubierto con tierra o que parezca "sucio", nuestro instinto es sacudirlo o frotarlo para limpiarlo.
Durante los millones de años de nuestra evolución como especie, podemos estar seguros de que las raíces que el hombre pudo haber conseguido sin herramientas recibieron su atención exclusivamente en periodos de escasez de su alimento biológico, abundante en la superficie. Además, en la naturaleza esas raices hubieran tenido que ser comidas crudas, y muchas de las que se consumen hoy en día no se podrían consumir de esa forma. Algunas, como los nabos, las papas dulces, las remolachas, las zanahorias, las rutabagas y las chirívia pueden ser consumidas crudas, a pesar de que, en la práctica, hoy en día casi ninguna se come así.
En vista de estas consideraciones, podemos deducir que los humanos no somos escarbadores naturales de raíces.
Por último, para digerir y asimilar correctamente los alimentos ricos en almidón—como cereales, legumbres y raíces/tubérculos, hacen falta grandes cantidades de amilasas, una enzima encargada de la digestión del almidón producida en la saliva. Los seres granívoros, los excavadores de raíces y los consumidores de legumbres secretan suficiente amilasa para digerir grandes cantidades de almidón. Si observamos a una vaca masticando pasto o heno, veremos que su saliva estará goteando desde su boca. Por lo contrario, los humanos producimos amilasa (también llamada ptialina) en cantidades muy limitadas que son suficientes para romper sólo pequeñas cantidades de almidón tales como las que se encontrarían en frutas que no están completamente maduras. El cuerpo también produce pequeñas cantidades de amilasa pancreática para la digestión del almidón que llegue a los intestinos.
Cuando los humanos podamos saciarnos con alimentos ricos en almidón como los receales, las legumbres, las raíces y los tubérculos tales como trigo, patatas y lentejas en su estado crudo, y experimentar un auténtico placer para el paladar haciéndolo, entonces (y solo entonces) podremos considerarnos consumidores naturales de ese tipo de alimentos.
Los almidones pueden ser divididos en tres categorías: cereales, legumbres y raíces/tubérculos.
• Cereales
Las criaturas que consumen cereales y demás semillas de forma natural son llamadas “granívoras.” Muchas aves en la naturaleza viven de las semillas que encuentran en los pastos y que pertenecen a la familia de las Gramináceas, la misma familia a la que pertenecen la mayor parte de los cereales. Entre las miles de semillas que existen en la naturaleza se encuentra el trigo, el arroz, la avena, el centeno y la cebada,—especies que los seres humanos empezaron a cultivar hace sólo 10.000 años.
Por supuesto, en su estado natural nos solemo considerar las semillas como un alimento. Tienen una consistencia muy dura que nos rinde muy dificil su masticación, y no tenemos la capacidad de digerirlas. Las aves granívoras poseen un “buche”, un saco en sus gargantas en el que los granos que tragan enteros pueden germinar, volviéndose de esta forma digeribles. Los granos, indigeribles en crudo, también requieren un esfuerzo digestivo notable después de la cocción, para reducir los carbohidratos complejos en simples.
Asumiendo que pudiéramos recolectarlos, y recordando que en su estado natural los cereales tendrían intactas sus duras cascarillas protectivas originales, nos sería imposible comer ni si quieras un puñado de esas semillas en crudo. Simplemente nos atragantaríamos. Lo mismo pasaría si quisiéramos comer una cucharada de harina cruda de cualquier cereal.
Así pues, a pesar de que la mayoría de la humanidad hoy en día consuma cereales en grandes cantidades, es muy facil entender que no se trata de un alimento natural para nuestra especie. El hecho que esas semillas no nos hagan salivar cuando las veamos en su estado natural crudo, nos demuestra ampliamente que no somos ni nunca hemos sido granívoros. Puede que nos hayamos acostumbrado a su sabor, por supuesto añadiendo sazonadores y pasándolos por el fuego, aunque la realidad de estos alimentos ricos en carbohidratos complejos es que necesitamos mucha energia para digerirlos y asimilarlos, y que a la larga nos provocan serios desequilibrios para nuestra salud.
• Legumbres
Muy pocas criaturas, a excepción de animales como el cerdo y las aves granívoras, consumen legumbres en su estado natural, debido a su indigeribilidad o incluso a su toxicidad. Las legumbres maduras crudas definitivamente no son algo que nos llevaríamos a la boca con gusto, es más, no tenemos la capacidad para masticarlas ni digerirlas correctamente. Muchos animales consumen legumbres tiernas, de hecho algunos consumen las plantas de legumbre enteras, antes de que tengan la oportunidad de florecer. Aunque las legumbres tiernas sean comestibles y no presenten la toxicidad de algunas legumbres maduras, deberíamos cuestionarnos su valor nutricional para nuestra especie.
Las legumbres se conocen por ser excelentes fuentes de proteína. Elevados niveles de ese nutriente no son necesariamente algo positivo, especialmente para los humanos. Nuestra especie parece prosperar con una dieta compuesta por alimentos que contienen menos de un 10% de calorías proveniente de las proteína. Además, las legumbres también contienen elevados porcentajes de carbohidratos que, en combinación con la proteína, los convierten en un alimento difícil de digerir. Invariablemente, cuando se consumen legumbres, se suelen padecer gases, un indicativo de que los procesos digestivos han sido comprometidos. La falta de vitamina C, un nutriente esencial para los humanos, también hace de las legumbres una muy pobre elección alimenticia.
Desde el punto de vista de sabor, nutrición, digestión y toxicidad, las legumbres no son una opción alimentaria natural para los humanos.
• Raíces y tubérculos
Los animales que escarban y desentierran raíces y tubérculos están anatómicamente diseñados para esa tarea: tienen fuertes colmillos y garras que cumplen esta función. Nosotros los humanos, sin herramientas somos excavadores totalmente ineficaces. Además nos falta motivación, pues bajo tierra no hay alimentos que en su estado natural agraden a nuestro paladar. Existen muy pocos alimentos que crecen debajo tierra que nuestros sistema digestivo pueda digerir y absorber facilmente. Los humanos generalmente rechazan comer cualquier alimento cubierto con tierra o que parezca "sucio", nuestro instinto es sacudirlo o frotarlo para limpiarlo.
Durante los millones de años de nuestra evolución como especie, podemos estar seguros de que las raíces que el hombre pudo haber conseguido sin herramientas recibieron su atención exclusivamente en periodos de escasez de su alimento biológico, abundante en la superficie. Además, en la naturaleza esas raices hubieran tenido que ser comidas crudas, y muchas de las que se consumen hoy en día no se podrían consumir de esa forma. Algunas, como los nabos, las papas dulces, las remolachas, las zanahorias, las rutabagas y las chirívia pueden ser consumidas crudas, a pesar de que, en la práctica, hoy en día casi ninguna se come así.
En vista de estas consideraciones, podemos deducir que los humanos no somos escarbadores naturales de raíces.
Por último, para digerir y asimilar correctamente los alimentos ricos en almidón—como cereales, legumbres y raíces/tubérculos, hacen falta grandes cantidades de amilasas, una enzima encargada de la digestión del almidón producida en la saliva. Los seres granívoros, los excavadores de raíces y los consumidores de legumbres secretan suficiente amilasa para digerir grandes cantidades de almidón. Si observamos a una vaca masticando pasto o heno, veremos que su saliva estará goteando desde su boca. Por lo contrario, los humanos producimos amilasa (también llamada ptialina) en cantidades muy limitadas que son suficientes para romper sólo pequeñas cantidades de almidón tales como las que se encontrarían en frutas que no están completamente maduras. El cuerpo también produce pequeñas cantidades de amilasa pancreática para la digestión del almidón que llegue a los intestinos.
Cuando los humanos podamos saciarnos con alimentos ricos en almidón como los receales, las legumbres, las raíces y los tubérculos tales como trigo, patatas y lentejas en su estado crudo, y experimentar un auténtico placer para el paladar haciéndolo, entonces (y solo entonces) podremos considerarnos consumidores naturales de ese tipo de alimentos.
Las nueces y semillas?
No hay duda de que durante toda nuestra evolución hayamos consu-midos pequeñas cantida-des de nueces y semillas. Toda semilla tiene una protección externa que varía en textura y com-posición. No disponemos de dientes ni fuerza en la mandibula tales para poder extraer facilmente las semillas de su capa protectiva, a diferencia de animales como algunos roedores y aves.
Tanto las semillas como las nueces contienen los nutrientes suficientes para sostener su crecimiento inicial. Como con todos los alimentos, derivamos nuestro más grande beneficio nutricional de nueces y semillas cuando las consumimos en su estado crudo. Las grasas y proteínas calentadas son bastante patogénicas y pueden llegar a ser—incluso carcinogénicas, por lo cual deberíamos consumir nueces crudas o no consumirlas en absoluto.
La mayoría de las personas en la sociedad moderna, sin embargo, nunca han probado nueces y semillas realmente crudas. Con un elevado contenido de agua, las almendras crudas,por ejemplo, tienen una textura similar a la de una manzanas o, como en el caso de las macadamias, parecen mantequilla. Practicamente todos los frutos secos y las semillas comerciales han sido previamente deshidratadas durante días a “bajas” temperaturas (alrededor de los 70º grados) para eliminar buena parte de su contenido acuoso y alargar así su vida útil en las estanterías de tiendas y supermercados.
Nuestra habilidad para digerir nueces y semillas, que sean crudas, deshidratadas, horneadas o fritas,—es bastante limitada. La transformación de sus grasas en ácidos grasos, aminoácidos y glucosa requiere un proceso largo y laborioso que se desarrollará durante horas. Las grasas pueden permanecer en el intestino delgado por largos periodos de tiempo antes de que la vesícula secrete la suficiente cantidad de bilis para poder emulsificarlas (romperlas y licuarlas) y con posterioridad asimilarlas. Con un contenido de grasa que varía entre un 55 y un 90%, los frutos secos y las semillas son alimentos que deberíamos consumir esporadicamente en pequeñas cantidades.
Por lo contrario, las frutas altas en grasa como los aguacates, el durian, el fruto del arbol del pan y las aceitunas, cuando están maduras son ricas (entre un 30 y un 77%) en grasas fácilmente digeribles. El coco, también rico en grasas (entre un 20 y un 80% dependiendo de su estadio de madurez), es fácilmente digerible cuando la nuez es joven, mientras supone un proceso digestivo muy laborioso cuando la nuez está madura y la pulpa endurecida.
Las hojas verdes y demás vegetales también contienen pequeñas cantidades de ácidos grasos facilmente digeribles y asimilables, si consumidos crudos y frescos. Las frutas y las hojas verdes tiernas son las mejors fuentes de las cuales obtener grasa facilmente digerible y asimiliable, en cantidad suficientes para satisfacer las necesidades de nuestro organismo.
Biológicamente, no somos una especie de consumidores de grasa, sino que nos podemos considerar consumidores de grasa meramente incidentales. A pesar de que un aguacate o un puñado de nueces o semillas de vez en cuando nos den satisfación y complementen nuestra dieta natural, las grasas no son nuestro nutriente principal.
No hay duda de que durante toda nuestra evolución hayamos consu-midos pequeñas cantida-des de nueces y semillas. Toda semilla tiene una protección externa que varía en textura y com-posición. No disponemos de dientes ni fuerza en la mandibula tales para poder extraer facilmente las semillas de su capa protectiva, a diferencia de animales como algunos roedores y aves.
Tanto las semillas como las nueces contienen los nutrientes suficientes para sostener su crecimiento inicial. Como con todos los alimentos, derivamos nuestro más grande beneficio nutricional de nueces y semillas cuando las consumimos en su estado crudo. Las grasas y proteínas calentadas son bastante patogénicas y pueden llegar a ser—incluso carcinogénicas, por lo cual deberíamos consumir nueces crudas o no consumirlas en absoluto.
La mayoría de las personas en la sociedad moderna, sin embargo, nunca han probado nueces y semillas realmente crudas. Con un elevado contenido de agua, las almendras crudas,por ejemplo, tienen una textura similar a la de una manzanas o, como en el caso de las macadamias, parecen mantequilla. Practicamente todos los frutos secos y las semillas comerciales han sido previamente deshidratadas durante días a “bajas” temperaturas (alrededor de los 70º grados) para eliminar buena parte de su contenido acuoso y alargar así su vida útil en las estanterías de tiendas y supermercados.
Nuestra habilidad para digerir nueces y semillas, que sean crudas, deshidratadas, horneadas o fritas,—es bastante limitada. La transformación de sus grasas en ácidos grasos, aminoácidos y glucosa requiere un proceso largo y laborioso que se desarrollará durante horas. Las grasas pueden permanecer en el intestino delgado por largos periodos de tiempo antes de que la vesícula secrete la suficiente cantidad de bilis para poder emulsificarlas (romperlas y licuarlas) y con posterioridad asimilarlas. Con un contenido de grasa que varía entre un 55 y un 90%, los frutos secos y las semillas son alimentos que deberíamos consumir esporadicamente en pequeñas cantidades.
Por lo contrario, las frutas altas en grasa como los aguacates, el durian, el fruto del arbol del pan y las aceitunas, cuando están maduras son ricas (entre un 30 y un 77%) en grasas fácilmente digeribles. El coco, también rico en grasas (entre un 20 y un 80% dependiendo de su estadio de madurez), es fácilmente digerible cuando la nuez es joven, mientras supone un proceso digestivo muy laborioso cuando la nuez está madura y la pulpa endurecida.
Las hojas verdes y demás vegetales también contienen pequeñas cantidades de ácidos grasos facilmente digeribles y asimilables, si consumidos crudos y frescos. Las frutas y las hojas verdes tiernas son las mejors fuentes de las cuales obtener grasa facilmente digerible y asimiliable, en cantidad suficientes para satisfacer las necesidades de nuestro organismo.
Biológicamente, no somos una especie de consumidores de grasa, sino que nos podemos considerar consumidores de grasa meramente incidentales. A pesar de que un aguacate o un puñado de nueces o semillas de vez en cuando nos den satisfación y complementen nuestra dieta natural, las grasas no son nuestro nutriente principal.
La hierba?
Los herbívoros consumen naturalmente pasto, hierba, hojas y tallos.
Seguramente los individuos de nuestra especie no tenemos el instinto de buscar pasto, hierbas y hojas. Estos vegetales no nos suelen llamar la atención, no solemos considerarlos comida, no atraen nuestra vista ni nuestro olfato, ni nos excitan el paladar. La razon es simple, no son vegetales que puedan satisfacer nuestras necesidades nutricionales. No secretamos celulasa u otras enzimas que puedan romper la celulosa y demás fibra de estas plantas, como lo hacen los herbívoros.
Consumidos por si solos como se nos presentan en la naturaleza, los vegetales de hoja verde (lechuga, apio, espinaca, acelga, etc), así como los vegetales más fibrosos (brócoli, coliflor, repollo, berza, etc) se nos hacen muy trabajosos en la digestión debido a su alto contenido en fibra, a pesar de que podamos acostumbrarnos a su sabor y textura. Además ciertos vegetales, principalmente las crucíferas, contienen compuestos azufrados que nos resultan ligeramente tóxicos.
Aunque incluyamos vegetales verdes y fibrosos en nuestras dietas, éstos no serán nuestra principal fuente natural e ideal de nutrientes ni de energía. Obviamente, no somos herbívoros.
Es interesante hacer un apunte acerca del termino "herbivoro". En idioma inglés se usa éste término ampliamente incluyendo cualquier persona que consume exclusivamente alimentos derivados de plantas, lo que en castellano se denominaría "vegetariano". En nuestro idioma el uso del termino "herbivoro" no se utiliza en ese sentido más amplio, aunque en muchas traducciones de textos anglosajones se respeta el término original, que en este caso no es el correcto.
Los herbívoros consumen naturalmente pasto, hierba, hojas y tallos.
Seguramente los individuos de nuestra especie no tenemos el instinto de buscar pasto, hierbas y hojas. Estos vegetales no nos suelen llamar la atención, no solemos considerarlos comida, no atraen nuestra vista ni nuestro olfato, ni nos excitan el paladar. La razon es simple, no son vegetales que puedan satisfacer nuestras necesidades nutricionales. No secretamos celulasa u otras enzimas que puedan romper la celulosa y demás fibra de estas plantas, como lo hacen los herbívoros.
Consumidos por si solos como se nos presentan en la naturaleza, los vegetales de hoja verde (lechuga, apio, espinaca, acelga, etc), así como los vegetales más fibrosos (brócoli, coliflor, repollo, berza, etc) se nos hacen muy trabajosos en la digestión debido a su alto contenido en fibra, a pesar de que podamos acostumbrarnos a su sabor y textura. Además ciertos vegetales, principalmente las crucíferas, contienen compuestos azufrados que nos resultan ligeramente tóxicos.
Aunque incluyamos vegetales verdes y fibrosos en nuestras dietas, éstos no serán nuestra principal fuente natural e ideal de nutrientes ni de energía. Obviamente, no somos herbívoros.
Es interesante hacer un apunte acerca del termino "herbivoro". En idioma inglés se usa éste término ampliamente incluyendo cualquier persona que consume exclusivamente alimentos derivados de plantas, lo que en castellano se denominaría "vegetariano". En nuestro idioma el uso del termino "herbivoro" no se utiliza en ese sentido más amplio, aunque en muchas traducciones de textos anglosajones se respeta el término original, que en este caso no es el correcto.
Entonces, somos Omnívoros?
Podemos entonces considerar todo lo descrito arriba como nuestro alimento natural?
Si, los humanos somos "omnívoros" en nuestras prácticas culinarias, con la ayuda del fuego, condimentos y especias para estimular el paladar, sazonadores que camuflan sabores indeseados, y ahora los cientos de aditivos alimentarios usados en la industria.
Si regresáramos al medio natural, nos alimentaríamos con vegetales de temporada en su estado crudo, basándonos en su sabor real y libre de todos los procesos que usamos para modificar su naturaleza. Sin procesado, empaquetado, tecnología del vacío, neveras ni congeladores, y sin quimicos alimentarios o agentes que enmascaran el sabor, perderíamos rapidaménte todas nuestras costumbres omnívoras.…La fruta, jugosa y dulce, nos parecería el mejor alimento con cada día que pasara.
Extraído y modificado de La Dieta 80/10/10 del Dr. Douglas N. Graham
http://foodnsport.com/index.php
11 Marzo 2014
La información contenida en este sito es de libre distribución, se agradece la mención de la fuente.
Podemos entonces considerar todo lo descrito arriba como nuestro alimento natural?
Si, los humanos somos "omnívoros" en nuestras prácticas culinarias, con la ayuda del fuego, condimentos y especias para estimular el paladar, sazonadores que camuflan sabores indeseados, y ahora los cientos de aditivos alimentarios usados en la industria.
Si regresáramos al medio natural, nos alimentaríamos con vegetales de temporada en su estado crudo, basándonos en su sabor real y libre de todos los procesos que usamos para modificar su naturaleza. Sin procesado, empaquetado, tecnología del vacío, neveras ni congeladores, y sin quimicos alimentarios o agentes que enmascaran el sabor, perderíamos rapidaménte todas nuestras costumbres omnívoras.…La fruta, jugosa y dulce, nos parecería el mejor alimento con cada día que pasara.
Extraído y modificado de La Dieta 80/10/10 del Dr. Douglas N. Graham
http://foodnsport.com/index.php
11 Marzo 2014
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